Parte XII y Última
Me encontraba muy deprimido. Lo poco que sabía era que serían mínimo cinco años de prisión y no tendría derecho a fianza. Había decidido prohibir las visitas de mis amigos y de mis sobrinos e inclusive evitar lo más que pudiera la de mis padres y hermanas. Quería pasar esto sólo y no afectar a todas esas personas que tanto me habían demostrado su amor y solidaridad.
La segunda tarde en los separos de la SIEDO, me llevaron de nueva cuenta al cubículo de Denisse. Subí resignado y sin ánimo de una nueva confrontación de su parte. Ella sacaba varios documentos de una caja de cartón. Pidió que me quitaran las esposas y que me sentara en la silla de siempre. Me senté y sonriendo me preguntó cómo me encontraba. “Estoy, que ya es ganancia”, le dije en voz baja, tenía varias horas sin pronunciar palabra, ya que era la única persona detenida en lo separos por lo que no tenía con quien hablar. Me miró fijamente y dejando de hacer lo que estaba haciendo, se sentó también. “¿Entonces qué, Alberto?”. “¿Qué de qué, Denisse?”, contesté serio. “¿Vas a declarar o no? “. Quedé inmóvil por un segundo, no sabía si tenía que hacerlo o no, pero negué su petición con la cabeza. Callada, notó que no quería verla a los ojos, realmente no quería si quiera verla. Todo me parecía tan injusto. “¿Qué es lo que quieres entonces?”, preguntó y solo respondí: “¿Qué es lo que quiero?, quiero irme a casa”. “Sí Alberto, te vas a ir. Bueno, algún día, ¿no?.” La miré por fin y le dije: “¿En serio?, porque el sábado tengo una fiesta, ¿crees que me dejes salir?”, sonrió por fin de una manera agradable al entender mi sarcásmo y levantándose me dijo: “Yo voy a salir. Tengo que ir a Michoacán a ver un caso. Si decides hacer tu declaración va a estar el licenciado López para tomártela. Tu abogado ya está enterado. Espero que no tenga que visitarte cuando regrese en el Reclusorio. No te preocupes Alberto. Ten fe.” Y pidiendo que me llevaran de nuevo a los separos se despidió. Al ponerme el oficial las esposas, noté que me veía seria. Supe que de alguna manera estaba despidiéndose de mi.
Esa noche en los separos, me sentí solo como no lo había hecho durante los casi tres meses desde que había comenzado mi proceso. La quimera de cemento era ahora la que me atacaba. Imaginé que estaba apunto de vivir la experiencia más amarga de mi vida. Tarataba de no pensar en estar en un reclusorio, pero me resultaba imposible dejar de hacerlo. No había comido a pesar de que me habían llevado la comida y cena, hacía bastante frío y el sonido de la cisterna parecía más agudo, más incómodo; sin embargo ésto ya no me importaba en lo más mínimo. Fué entonces que me puse de pie frente a los barrotes de la reja y tomándolos con mis manos los apreté fuertemente. Traté inútilmente de abrirlos y al desistir, me senté en el suelo cansado y recargándome en la pared más lejana empezé a llorar hasta quedarme dormido.
En la tercera noche de mi estancia en los separos de la SIEDO, sin comer y con los ojos pesados, el oficial de guardia abrió abruptamente la pesada puerta de acero, y dirigiéndose a mi celda me despertó: “Te tengo dos noticias güero. Una buena y una mala. ¿Cuál quieres primero?”. “La mala.” Le dije sin ánimo de bromear. “Pues la mala es que no traes dinero para tomar un taxi. La buena es que creo que ya te vas a tu casa.” Y abriendo la reja me dijo que tomara las pocas cosas que tenía y que me preparara para salir. Casi corriendo recogí la chamarra que me habían llevado esa tarde mis familiares y sin más me la puse. Salí de los separos y me llevaron a una pequeña estancia, ahí fué donde llegó el licenciado Tlacomán que sería mi abogado defensor y el licenciado López que había dejado a cargo Denisse. Me notificaron ambos que estaba libre del proceso en mi contra por la dichosa llamada anónima. Firmé con mucho nerviosismo un documento que indicaba que no había sido maltratado por los agentes y así el oficial de los lentes enormes me acompañó hasta la puerta del estacionamiento. “Cuídate mucho güero”, me dijo y dándome la mano se despidió.
Volteé y al ver la calle y de nuevo me rodaron algunas lágrimas, pero ésta vez eran de felicidad. Caminé rápidamente hasta la entrada de la SIEDO y busqué la oficina del licenciado Islas para agradecerle y pedirle un poco de dinero para hacer una llamada a mi familia, pero no lo encontré. Sin embargo, una de las secretarias al verme en la situación en que me encontraba, me ofreció prestarme el teléfono: “¿Bueno?”, escuché la voz de mi papá. “Apá, ¡ya salí!, estoy afuera de la SIEDO.” “!Ahorita vamos por ti hijo, que bueno! Dios te Bendiga”, y colgó muy contento también. Esperé en las afueras de la Subprocuraduría para la Investigación Especializada en Delincuencia Organizada de la Ciudad de México cerca de una hora a que llegara mi familia, sin embargo me parecieron diez. No paraba de mirar a la gente caminado por el Paseo de la Reforma, los veía en sus autos y hasta en los edificios. ¡Quería gritarles que era libre! Quería también estirar las piernas, correr y hasta brincar. La joven secretaria que me había ofrecido el teléfono me vió en calle al salir de su turno y acercándose a mí, me ofreció algo de dinero o un boleto del metro para irme a casa. “No, gracias, ya vienen por mi.” Contesté muy contento y agradecido. Pasada esa hora, un auto se acercó a mí. Mi papá bajó enseguida y dándome un gran abrazo me saludó. Después abracé y besé a mi mamá, a mis hermanas, y a mi sobrino bebé. Me llevaron a casa de mis papás donde ya me esperaban algunos de mis amigos más cercanos y demás familiares. Estuvimos cerca de una hora platicando mi última experiencia en la SIEDO. Por fín comí algo, de repente me había dado mucha hambre. Quería bañarme también ya que tenía tres días sin hacerlo, pero lo que más quería era llegar y descansar en mi cama.
Cerca de las doce de la noche me llevaron a la casa donde vivía solo, y al entrar a mi habitación, noté en el calendario una fecha: 30 de agosto del año 2006, la fecha en que había salido para renunciar a la Empresa Casa Saba. Ahora era 17 de noviembre de ese mismo año. Me quité la camiseta color amarillo que aún llevaba puesta y la aventé lo más lejos que pude. Me acosté en la cama y cerré los ojos que otra vez se llenaron de lágrimas. Agradecí desde el fondo de mi corazón el estar ahí de nuevo y abrazando muy fuerte a “Mayi”, mi almohada, al fin me quedé dormido.
FIN
Marcos salió un par de días después que yo de la Casa pero a diferencia de mí, no fué detenido de nueva cuenta. Casi medio año después nos llamaron a declarar como parte de la defensa de José Celestino, que sigue hasta éste día detenido. Marcos y yo dejamos de tener comunicación.
Me encontraba muy deprimido. Lo poco que sabía era que serían mínimo cinco años de prisión y no tendría derecho a fianza. Había decidido prohibir las visitas de mis amigos y de mis sobrinos e inclusive evitar lo más que pudiera la de mis padres y hermanas. Quería pasar esto sólo y no afectar a todas esas personas que tanto me habían demostrado su amor y solidaridad.
La segunda tarde en los separos de la SIEDO, me llevaron de nueva cuenta al cubículo de Denisse. Subí resignado y sin ánimo de una nueva confrontación de su parte. Ella sacaba varios documentos de una caja de cartón. Pidió que me quitaran las esposas y que me sentara en la silla de siempre. Me senté y sonriendo me preguntó cómo me encontraba. “Estoy, que ya es ganancia”, le dije en voz baja, tenía varias horas sin pronunciar palabra, ya que era la única persona detenida en lo separos por lo que no tenía con quien hablar. Me miró fijamente y dejando de hacer lo que estaba haciendo, se sentó también. “¿Entonces qué, Alberto?”. “¿Qué de qué, Denisse?”, contesté serio. “¿Vas a declarar o no? “. Quedé inmóvil por un segundo, no sabía si tenía que hacerlo o no, pero negué su petición con la cabeza. Callada, notó que no quería verla a los ojos, realmente no quería si quiera verla. Todo me parecía tan injusto. “¿Qué es lo que quieres entonces?”, preguntó y solo respondí: “¿Qué es lo que quiero?, quiero irme a casa”. “Sí Alberto, te vas a ir. Bueno, algún día, ¿no?.” La miré por fin y le dije: “¿En serio?, porque el sábado tengo una fiesta, ¿crees que me dejes salir?”, sonrió por fin de una manera agradable al entender mi sarcásmo y levantándose me dijo: “Yo voy a salir. Tengo que ir a Michoacán a ver un caso. Si decides hacer tu declaración va a estar el licenciado López para tomártela. Tu abogado ya está enterado. Espero que no tenga que visitarte cuando regrese en el Reclusorio. No te preocupes Alberto. Ten fe.” Y pidiendo que me llevaran de nuevo a los separos se despidió. Al ponerme el oficial las esposas, noté que me veía seria. Supe que de alguna manera estaba despidiéndose de mi.
Esa noche en los separos, me sentí solo como no lo había hecho durante los casi tres meses desde que había comenzado mi proceso. La quimera de cemento era ahora la que me atacaba. Imaginé que estaba apunto de vivir la experiencia más amarga de mi vida. Tarataba de no pensar en estar en un reclusorio, pero me resultaba imposible dejar de hacerlo. No había comido a pesar de que me habían llevado la comida y cena, hacía bastante frío y el sonido de la cisterna parecía más agudo, más incómodo; sin embargo ésto ya no me importaba en lo más mínimo. Fué entonces que me puse de pie frente a los barrotes de la reja y tomándolos con mis manos los apreté fuertemente. Traté inútilmente de abrirlos y al desistir, me senté en el suelo cansado y recargándome en la pared más lejana empezé a llorar hasta quedarme dormido.
En la tercera noche de mi estancia en los separos de la SIEDO, sin comer y con los ojos pesados, el oficial de guardia abrió abruptamente la pesada puerta de acero, y dirigiéndose a mi celda me despertó: “Te tengo dos noticias güero. Una buena y una mala. ¿Cuál quieres primero?”. “La mala.” Le dije sin ánimo de bromear. “Pues la mala es que no traes dinero para tomar un taxi. La buena es que creo que ya te vas a tu casa.” Y abriendo la reja me dijo que tomara las pocas cosas que tenía y que me preparara para salir. Casi corriendo recogí la chamarra que me habían llevado esa tarde mis familiares y sin más me la puse. Salí de los separos y me llevaron a una pequeña estancia, ahí fué donde llegó el licenciado Tlacomán que sería mi abogado defensor y el licenciado López que había dejado a cargo Denisse. Me notificaron ambos que estaba libre del proceso en mi contra por la dichosa llamada anónima. Firmé con mucho nerviosismo un documento que indicaba que no había sido maltratado por los agentes y así el oficial de los lentes enormes me acompañó hasta la puerta del estacionamiento. “Cuídate mucho güero”, me dijo y dándome la mano se despidió.
Volteé y al ver la calle y de nuevo me rodaron algunas lágrimas, pero ésta vez eran de felicidad. Caminé rápidamente hasta la entrada de la SIEDO y busqué la oficina del licenciado Islas para agradecerle y pedirle un poco de dinero para hacer una llamada a mi familia, pero no lo encontré. Sin embargo, una de las secretarias al verme en la situación en que me encontraba, me ofreció prestarme el teléfono: “¿Bueno?”, escuché la voz de mi papá. “Apá, ¡ya salí!, estoy afuera de la SIEDO.” “!Ahorita vamos por ti hijo, que bueno! Dios te Bendiga”, y colgó muy contento también. Esperé en las afueras de la Subprocuraduría para la Investigación Especializada en Delincuencia Organizada de la Ciudad de México cerca de una hora a que llegara mi familia, sin embargo me parecieron diez. No paraba de mirar a la gente caminado por el Paseo de la Reforma, los veía en sus autos y hasta en los edificios. ¡Quería gritarles que era libre! Quería también estirar las piernas, correr y hasta brincar. La joven secretaria que me había ofrecido el teléfono me vió en calle al salir de su turno y acercándose a mí, me ofreció algo de dinero o un boleto del metro para irme a casa. “No, gracias, ya vienen por mi.” Contesté muy contento y agradecido. Pasada esa hora, un auto se acercó a mí. Mi papá bajó enseguida y dándome un gran abrazo me saludó. Después abracé y besé a mi mamá, a mis hermanas, y a mi sobrino bebé. Me llevaron a casa de mis papás donde ya me esperaban algunos de mis amigos más cercanos y demás familiares. Estuvimos cerca de una hora platicando mi última experiencia en la SIEDO. Por fín comí algo, de repente me había dado mucha hambre. Quería bañarme también ya que tenía tres días sin hacerlo, pero lo que más quería era llegar y descansar en mi cama.
Cerca de las doce de la noche me llevaron a la casa donde vivía solo, y al entrar a mi habitación, noté en el calendario una fecha: 30 de agosto del año 2006, la fecha en que había salido para renunciar a la Empresa Casa Saba. Ahora era 17 de noviembre de ese mismo año. Me quité la camiseta color amarillo que aún llevaba puesta y la aventé lo más lejos que pude. Me acosté en la cama y cerré los ojos que otra vez se llenaron de lágrimas. Agradecí desde el fondo de mi corazón el estar ahí de nuevo y abrazando muy fuerte a “Mayi”, mi almohada, al fin me quedé dormido.
FIN
Marcos salió un par de días después que yo de la Casa pero a diferencia de mí, no fué detenido de nueva cuenta. Casi medio año después nos llamaron a declarar como parte de la defensa de José Celestino, que sigue hasta éste día detenido. Marcos y yo dejamos de tener comunicación.