Un escritorio de madera roída por las ratas y una vieja máquina de escribir.
La ventana cuadrada está dibujada y sellada en la pared de cartón.
Los antiguos trazos son de crayolas de cera. Crayolas baratas.
Él, se levanta, avanza unos cuantos pasos y regresa.
Llena un vaso de agua y mientras lo toma, vuelve a su vieja silla giratoria.
Las manos a la cabeza buscando una motivación, una inspiración.
El sueño parece vencerlo, pero aún no desiste de su enmienda.
Lleva así pesados los años, esforzando y obligando a la imaginación.
Quiere arrancarle y saciar como sea su necesidad y plasmarla en sus hojas.
Los libros en la estantería se volvieron de cartón, como las paredes.
La esencia de cada uno sigue intacta e imperceptible a su tinta blanca.
Ésta es la hora en que tapo la caja con un sueño insaciable de letras.
Ésta tarde no encontré el instinto inspirado de mi huésped innombrable.
Ésta noche quiero devolverlo bajo la cama, entre la pelusa y las cucarachas.
Ésta vez, podré dormir con la luna del armario apagada.
Ésta tarde no encontré el instinto inspirado de mi huésped innombrable.
Ésta noche quiero devolverlo bajo la cama, entre la pelusa y las cucarachas.
Ésta vez, podré dormir con la luna del armario apagada.
Incitatüs
(noviembre’08)
(noviembre’08)
imagen: internet