viernes, 12 de septiembre de 2008

El Arraigo (parte VIII)

Parte VIII

Cerca de la segunda semana de mi arraigo, trataba de sentirme tranquilo, y aunque la información que recibía por parte de mi familia no era alentadora, sí tenía la confianza en que el Ministerio Público se diera cuenta que no éramos parte de ningún grupo delictivo. Sin embargo, el abogado de Marcos le había informado que nuestro caso era complicado, y que seguramente iríamos a la cárcel. Hasta ese día, José Celestino no se había siquiera acercado a nosotros para nada.

Un buen día, la Casa se tiñó de color verde. Habían llegado después de la licenciada Raquenel y los tipos involucrados en el caso del narcotúnel varios jóvenes que provenían del Banco Azteca. Llegaron por un supuesto fraude masivo en diferentes estancias de esa institución. Sin saber de leyes e instancias jurídicas, dedujimos que éstas personas eran inocentes. La mayoría sería si acaso, víctima de algún mal intencionado. Serían cerca de doce o trece hombres y ocho mujeres. A cuatro de ellas las acomodaron en una habitación frente a la nuestra. También por esos días llegaron tres chicas por secuestro. Las tres eran bastante guapas y se notaban que serían de una clase social alta. Una de ellas, pelirroja, era la más notoria por la forma engreída en que se comportaba y que no estaba a gusto con nada. Sin embargo, ella no fue quien me llamó la atención. Fué una chica alta, de cabello claro y mirada triste. Cuando la vi la primera vez, fue al salir al patio a la hora del descanso y me observó. Esa vez, sonreí, porque Marcos me había dicho algo que me causó gracia. Ella, por alguna razón sonrió conmigo. Marcos lo notó y me dijo riendo que me había sonrojado. Desde esa vez, decía que ésta chica era mi novia.

La hora de la visita era el momento más esperado por la mayoría de los arraigados. Para ese entonces, mis papás, hermanas y sobrinos ya me habían ido a visitar. También habían entrado algunos de mis amigos más cercanos, además de mis compañeros de Casa Saba Roque y Martín. Arturo no había ido, ya que, sin duda, él quería desvincularse lo más que pudiera de mí, y así lo entendía. Sin embargo, y pese al apoyo de cada uno de ellos, había alguien a quien extrañaba en demasía, a mi ex novia Maricela. Tenía cerca dos años de haber terminado nuestra relación. Solía llamarle de vez en cuando para saber como estaba, qué hacía y ese tipo de cosas. Habíamos quedado en buenos términos. Y aunque eran varios los meses en que no hablaba con ella, sabía que era una persona con la que siempre podía contar. Sin embargo, en ésta ocación no quería que fuera así. La fecha de su cumpleaños se acercaba, había pensado en decirle a Roque que fuera hasta su casa a dejarle un ramo de flores y alguna carta hecha por mí. También pensé en que él pudiera llamarle a su trabajo y pusiera por teléfono esa canción que a ella le gustaba y que significaba también mucho para mí. El día de su cumpleaños estuve inquieto toda la mañana. Sabía que tenía que llamarle, pero no quería que supiera de mi situación. Recordaba que justo un año antes, habíamos platicado por casi dos horas por teléfono y que estaba muy contenta, a pesar de que la había llamado a su trabajo. Pensé que ésta vez estaría esperando a que lo hiciera. Incluso en mi mente inventé el diálogo que llevaría, evitando a toda costa que me preguntara el cómo y dónde estaba. A ella nunca le había mentido. Y quería que así siguiera siendo. Justo después de la oración de las tres de la tarde, me armé de valor y pedí permiso para hablar con ella. El teléfono se encontraba cerca de la mesa, al inicio del pasillo. Estaba justo a un costado de la habitación de la licenciada Raquenel.

“Recepción, Buenas tardes”. “Hola... ¿Cómo estás? ¡Feliz cumpleaños flaca!”, le dije con mucho nerviosismo. El hecho de escuchar su voz me había emocionado, a tal grado que mis manos sudaron, y mi voz se hacía temblorosa pero traté de finjir alegría. “¡Hola! Gracias, cómo estás?”, me preguntó muy contenta, “pues estoy, que ya es ganancia”, fue lo que solíamos decirnos de vez en cuando, pero la verdad es que sentía ya un nudo en la garganta. Por un momento quería decirle que estaba extrañándola y que la necesitaba. Quise desahogarme con ella, pero sabía que no era ni el momento ni el lugar adecuado. “Pues hablé para felicitarte, para desear que tengas lindo cumpleaños y que te la pases bien. Que comas mucho pastel.” Le dije tal y cual, y casi línea por línea el texto que había planeado y memorizado. “Gracias, eres muy lindo, ¿dónde estás?” me dijo al fin. Recargué la frente al teléfono, cerré mis ojos. Pensé que era mejor no decirle. No el día de su cumpleaños por lo menos. “Este... no puedo decirte flaquita, no por ahora, pero estoy bien, gracias.” Y así, con palabras más o palabras menos, sin tener nada más que decir y cumpliendo lo planeado en tres minutos, agradeció el detalle de nueva cuenta y me despedí. Me sentí contento por haberla escuchado. Hasta ese momento no sabía qué tanto me había afectado esa charla. Como regla, teníamos que ir a la mesa del piso y escribir en una bitácora el nombre completo de quien habíamos llamado, número y parentesco. Así lo hice, a excepción de la última línea. Aguardé algunos segundos. ¿Mi ex novia?, ¿Mi amiga?, ¿El amor de mi vida?. Esa noche, quedó un espacio en blanco en esa bitácora.

Regresé a la habitación “dos cero siete” y detrás de mí, cerraron la reja. Marcos me observó y preguntó si todo estaba bien. Al parecer mi semblante había cambiado y él lo notó. “Sí, todo bien”, agradecí, pero de inmediato me recosté en la cama. Sentía los ojos pesados y traté de dormir. Sin embargo, no podía dejar de pensar en ella. Venían a mi cabeza cada momento que habíamos pasado juntos. Por algún motivo, solo recordaba las cosas agradables. Recordaba cuando salíamos, lo que platicábamos e incluso recordé a su sobrina pequeña Lupita. Había sentido por la niña un gran aprecio, era muy linda y hasta llegué a desear tener una hija que se pareciera a ella. La niña solía llamarla “Mayi”, con su voz tierna e infantil. Recordé también la primera noche en que Maricela y yo habíamos estado juntos. Esa noche estaba tan contento y tan agusto que me quedé dormido en sus brazos. Nunca antes y nunca después había dormido con alguien sin tener relaciones sexuales. Para mí, el hecho de haber dormido con la persona que más amaba, era más importante que el mismo sexo.

Esa noche, y como un extraño impulso, imaginé sus ojos pequeños, su cabello y su cuerpo, tomé la almohada y la coloqué entre mis brazos. “Estoy aquí, contigo. No estás solo”, imaginé como un susurro que me decía. “Gracias. Buenas noches Mayi”, le dije, y así, abrazándola, me quedé dormido.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Mata al Auriga Lentamente, Asegúrate que Sufra