jueves, 7 de agosto de 2008

El Arraigo (parte II)

Parte II

Nos subieron a la suburban, supongo que debí haber sospechado de ella desde que la vi, sin embargo, y a pesar de ésta nueva experiencia, no sentí temor alguno en ese momento, nos dijeron en tono serio que como los tratáramos seríamos tratados con la intención no intentar escaparnos o hacer algo, por lo que, ni Marcos ni yo nos opusimos. Entendí que el tiempo en que me entretuvieron en la Empresa y el que entretuvieron después a Marcos, fué para dar aviso a las autoridades y así poder llevarnos a ambos al mismo tiempo, sin necesidad de ir por nosotros a nuestros domicilios. Entendí también el porqué habían llamado a Arturo a no salir conmigo, para no confundirlo con nosotros al momento de retirarnos. Pero ya era tarde, no había pasado por mi cabeza el que fueran a detenerme, y mucho menos la Agencia Federal de Investigaciones. En el camino al Ministerio Público, los agentes que nos detuvieron nos preguntaron qué habíamos hecho, a lo cuál Marcos torpemente les explicó, pero quedaron más confundidos. Pregunté a qué nos llevaban, a lo que nos dijeron que sólo íbamos a responder unas preguntas, que no teníamos nada que temer, que saldríamos en seguida. De cierto modo me tranquilicé, me dije a mí mismo que estaba por vivir una nueva experiencia, y que más tarde se lo contaría seguramente a Roque y a Martín, mis amigos y compañeros de la empresa.
Sin embargo no fue así. Al llegar a nunca supe donde, ya que íbamos con la cabeza agachada, nos bajaron de la suburban y nos esposaron. Las manos detrás y el sentir el acero frío en las muñecas me hicieron sentirme mal, sentí que toda la gente nos veía, me sentí incómodo. Sin embargo, el agente que me esposó trató de tranquilizarme: “Tranquilo güero, tal vez no pase nada, igual y en la noche ya estás en tu casa.” “Ojalá.” Respondí. Sin embargo, de verdad empezaba a asustarme.
Entramos en un enorme edificio que parecía nuevo. Afuera decía Subprocuradoría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, SIEDO, de la cual no tenía ni idea de lo que eso significaba, pero daba miedo. Nos llevaron esposados por un patio enorme, había algunos murales y fuentes, de hecho no los vi bien, el agente que me llevaba me decía que siguiera con la cabeza agachada, nunca me permitió ver de quién se trataba, pero por su voz imagino que tendría unos veinticinco años más o menos. Después de subir varios pisos, llegamos a una sala llena de cubículos. Ahí me separaron de Marcos y me metieron a uno donde estaba una mujer como de treinta y cinco años, robusta con cara de pocos amigos, de pie leyendo algunos documentos. Me quitaron las esposas y me pasaron mientras me decían que me sentara de frente a la pared. Así lo hice. La mujer no hizo comentario o movimiento alguno. En el piso logré ver algunas charolas de unicel, botellas de agua, basura de comida rápida en general. Había también cajas enormes de computadoras e impresoras, un escritorio que tenía todavía etiquetas y que también parecía nuevo. Por fin ella salió sin decir nada. Veinte minutos después, apareció de nuevo y me pidió que me acercara a su escritorio. “¿Porqué estás aquí?” preguntó mirándome fijamente con unos ojos pequeños color oscuro. Tenía la nariz chata, la boca gruesa, el cabello corto. Vestía con ropa poco formal, llevaba mezclilla es lo que recuerdo, creo que una camiseta y un chaleco como los que usan algunos policías. “Me trajeron.” Respondí con algo de sarcásmo. No se inmutó, a lo que imaginé que no le había dado gracia mi chiste. “Hice un desvío de medicamento, y nos cacharon en la empresa.” Dije al fin. “¿Qué medicamento?, ¿Chochos, controlados, o de qué tipo?”, “¡no!, nada de eso, es un antigripal”, me justifiqué, pensando que ésta tipa no tenía ni idea de qué tipo de medicamento se trataba. Así siguió un interrogatorio informal por unos diez minutos más. Me dijo que pasarían a tomarme algunos datos después.
Llegó un tipo el cual llevaba un sobre amarillo y una hoja. Me pidió que apuntara en ella todas las pertenencias que llevaba en ese momento, incluyendo dinero y tarjetas de crédito. Apunté con lujo de detalles todo. Después, me pidió que dejara todo en el sobre, incluyendo mi vieja gorra blanca. Una hora después, llegaron tres sujetos. Uno era alto y delgado, llevaba camisa blanca y corbata negra; uno más, de estatura mediana y vestido con una chamarra de algún equipo de fútbol americano, y uno más, con traje gris camisa de color claro y una corbata de color rosa. El primer tipo volvió a preguntarme de forma cortés lo que había pasado, a lo cuál se lo conté nuevamente, pero no hizo comentario alguno. Los otros tipos, de pie, sólo escucharon. Salieron y seguí sentado sólo viendo a la pared.
Después de otro rato, el tipo de la chamarra volvió con una charola de comida y una botella de agua. Me dijo que comiera, a lo cual no tardé en hacerlo, tenía bastante hambre, imaginaba mientras comía que seguramente mi familia ya se habría dado cuenta de mi ausencia y que seguro estarían buscándome, pensé que ya iban a ser las nueve o diez de la noche, esto basándome en mi hambre, por su puesto. Imaginaba también que Martín tendría algunos problemas para llevar a cabo mi trabajo, ya que no contaba con la experiencia necesaria para hacerlo, pero seguramente Arturo estaría apoyándolo. También pensé en Maricela, mi exnovia. A pesar de la situación tan incomoda no me sentía tan atemorizado, sabía que lo que había hecho no era para tanto, que con el sólo hecho del despido de la empresa bastaba, y que lo demás era mero trámite. Gran error.
Justo después de comer, volví la vista hacia afuera del cubículo y observé algo distinto a lo demás. Ricardo Pedraza estaba ahí. Él era uno de mis clientes, uno de los que acostumbraba a pedir el Actifed en grandes cantidades. Sin embargo se veía pálido. Volteaba para todos lados y se veía muy inseguro. Fué cuando me vio. Le sonreí para darle un poco de ánimo, ya que me llevaba muy bien con él. No contestó mi saludo. Pero el tipo de la corbata rosa me observó, a lo que entró de inmediato. “¡¿De qué te ríes cabrón?!”, me dijo y quedé estupefacto, era la primera vez que alguien me trataba de intimidar. “¿Crees que es muy chistoso todo esto?, ¿Crees que de verdad que no estás en problemas?, te voy a decir algo, tu amigo ya confesó, dijo que tú organizaste el desvío, que llevas rato haciéndolo y que se lo vendes a no sé cuántos, no sé de qué te ríes.” Quedé callado. De repente no supe qué contestar. Se puso de frente y me dijo: “Más te vale que digas de una buena vez a quienes se lo vendes, ¿no te has dado cuenta que por lo que hiciste te vas cuarenta años?.” Me armé de valor en ese momento, contesté: “Ya les dije lo que hice, hice sólo el desvío, si tú me dices que por hacer el desvío son cuarenta años, ¡pues me voy cuarenta años!.” “¿Así de huevos?.” “Así de huevos.”, contesté sin dejar de mirarlo a los ojos. Sonrío irónicamente y salió de inmediato mientras entraba de nuevo Denise, la agente que había estado primero conmigo. Me pidió que volviera mi silla hacia el escritorio, frente a ella. Me hizo un par de preguntas más mientras me veía insistente. Supongo que estaba estudiando mi comportamiento. “¿Porqué no me crees?, ¿tengo cara de mentiroso?” Entonces sonrió. Eran sus dientes blancos y perfectos para su cara ruda y áspera. “Deberías sonreír más seguido, tienes bonitos dientes”, arriesgué mi comentario, a lo cual volvió su expresión seria, fija su mirada en mi, pero sonrojada, y deduje que había dado en el clavo, ya no sería tan áspera mi relación con ella.
Cerca de las doce, supongo, me habían tomado las huellas digitales, la clásica foto con mis datos en el pecho, de ambos perfiles, etc. Me habían desnudado para comprobar huellas de maltrato físico por parte de los agentes que nos llevaron, y hasta el antidoping, pero aún así no me habían dejado comunicarme a casa. Una hora después llegó, el licenciado Tlacomán o algo así, me explicó que sería mi abogado de oficio, que yo tenía ese derecho para poder hacer mi declaración preparatoria. A lo cual, y con falta de experiencia y sin contar con otra ayuda, accedí, fue entonces que me trasladaron a otro cubículo en donde Denise empezó a redactar mi declaración, pero ésta no se pudo llevar a cabo por que se fue la energía eléctrica en un par de ocasiones, por lo que la dejamos pendiente para el siguiente día.
Ya cerca de las dos de la mañana y después de hablar por fin a casa, Denise me confirmó que pasaríamos la noche en los separos, que sólo sería ésta vez ya que no habíamos podido hacer nuestra declaración. Después, esposado de nuevo, me llevaron junto con Marcos, que en todo momento estuvo en otro cubículo, a los separos de la SIEDO.

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